Ser, o no ser... coherente.

Ayer estuve escuchando, lamentablemente a medias, una tertulia moderada por Julia Otero en la que se abordaba el tema de la coherencia. Me resultó muy interesante ya que, durante muchos años, yo mismo alardeaba de coherencia con una clara asociación a virtud. Hoy en día, me pregunto si resulta ser tal virtud, o simplemente el “mantenerla y no enmendarla”, o sea, cabezonería o terquedad por mantenernos en nuestros errores.

Como suelo hacer con cierta frecuencia, me dirijo al diccionario de la Real Academia, con el fin de limitar mi verborrea escrita y sobretodo canalizar mis razonamientos conforme a lo que realmente significan las palabras. Encuentro tres acepciones que me resultan muy atractivas para hablar de la coherencia. La primera hace mención a la “conexión, relación o unión de unas cosas con otras”. La segunda es aun más excitante al detallar “actitud lógica y consecuente con una posición anterior” (tela con las connotaciones que pueden derivarse de esta definición). La tercera es relativa al mundo de la física ya que es sinónimo de “cohesión” es decir, “unión entre moléculas”.

Cuando decimos que las cosas “tienen o guardan relación o unión entre ellas”, la coherencia es un término que siempre puede estar sujeto a interpretaciones, salvo excepciones. Por ejemplo, una escultura puede evocar a una persona una relación con una cosa y a otra persona otra. Hasta aquí, para mi no reviste mayor importancia, que la de convivir con la libertad de expresión de cada individuo. Por ello, la primera definición me parece lo suficientemente ambigua, como para no despertar polémica alguna.

No así la segunda, que se me antoja bastante polémica. Me explico: “rectificar es de sabios”. No deja de ser coherente que yo cambie de opinión, siempre y cuando dicho cambio sea lógico y guarde una “concatenación” o relación fruto de un proceso evolutivo más o menos complejo. Sin ir mas lejos, el propio Sr. Sánchez Dragó presentó una argumentación perfectamente válida (no por ello absoluta, ni única, ni perfecta) ante la evolución de su “alineamiento” político desde el comunismo a sus posiciones actuales. No resulta ajeno ese dicho de “progresista a los veinte, liberal a los cuarenta y conservador a los sesenta”. Esta evolución no resulta incoherente, en la medida que va respondiendo a circunstancias, necesidades y sobretodo niveles de experiencia diferentes. Sería grave que nuestro intelecto siguiese en las posiciones “primitivas” de nuestra infancia y no emplease todo lo aprendido y vivido durante el devenir de los años. Por eso me parece fascinante esta acepción en la que podemos incluir el proceso evolutivo dentro del término coherencia, que tanto me ha gustado en mis años de estudiante.

D. José Ortega y Gasset decía “yo soy yo y mis circunstancias” dándole al yo una perspectiva que nos obliga a incluir el entorno (de personas, de tiempo,…) en la dimensión, comportamiento y pensamiento del individuo. Yo siempre digo que alguien es alto o bajo en una foto en relación a otra persona que pueda estar a su lado. Si está solo, es difícil saber si mide uno setenta o uno noventa. Su figura estilizada puede hacernos pensar que es muy alto pero solo medir uno sesenta, mientras que su corpulencia puede invitarnos a pensar lo contrario. Por ello, las “circunstancias” son cruciales en las ideas que podamos tener, incluso en nuestras acciones. De ahí que, lo que puede parecernos incoherente desde fuera, sin una visión exacta de las circunstancias que rodean la toma de esa decisión, pueda ser absolutamente coherente. Pero también puede suceder lo contrario, es decir que con la visión parcial del interesado, éste opte por una opción que, viendo el conjunto, resulte incoherente.

Esto al final no viene más que a reforzar el concepto de relatividad que tienen las cosas. Lo coherente, lo incoherente, lo bueno, lo malo,… El contexto puede hacer incoherente lo más coherente o viceversa. No olvidemos como indica mi amigo Daniel Innerarity que estamos en un entorno cada vez más complejo, en que difícilmente lleguemos a tener una visión completa del conjunto y sobretodo un entorno en el que hay unos espacios de libertad muy coartados por las circunstancias. El exceso de libertades (y lo pongo en plural) no hace más que coartarnos permanentemente nuestras decisiones. No olvidemos que puede no ser lícito que yo, en pleno uso de mis libertades, cercene las del vecino. Y esto, consciente o inconscientemente pasa a diario: tanto en el papel de “recortador” de las libertades ajenas, como en el de “victima” del recorte fruto del uso de las suyas por parte del prójimo.

Por eso me atrevo a decir que, con la que se nos avecina, posiblemente tenemos que volver a unos valores claramente identificados y asimilables por todos, a partir de los cuales ni censuremos a nadie haciendo uso de nuestra libertad, ni emitamos tanto juicio, ni tengamos prejuicio sin tener el pleno conocimiento de las “circunstancias”. Posiblemente tenemos que madurar y sobretodo respetarnos mucho mas, en el fondo eso posiblemente sea la verdadera coherencia.

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