SAUDADE


No creo ser el único al que, de vez en cuando y como buen heredero del carácter melodramático eslavo teñido con esa complejidad psicológica que presuntamente ha de rodear a todo argentino, pienso que estoy perdiendo el tiempo, despilfarrando mi vida en una vida que no es la que soñé en mi juventud.

En ese tiempo que ha de servirnos para ir rellenando las estanterías de nuestro cerebro, con las que iremos reconstruyendo “nuestra realidad” y restaurando nuestro recuerdos, nuestros sueños están cargados de momentos felices que proyectamos en la película que nos hacemos de lo que será nuestra vida mañana. Construimos mundos felices, en los que los elementos externos ni influyen, ni ensombrecen ese “cuento” que vamos desdibujando, en el que no hay malas personas, malas experiencias y fracasos y que presupone que vamos a ser ganadores de todas las manos con las cartas que nos va sirviendo la vida. La juventud es hermosa; hermosa en su inocencia recién perdida, en su ímpetu, fuerza y en la pureza de sus principios.

El problema es que cuando logramos rescatar algunos de esos sueños de nuestra “biblioteca mental” fruto de una foto, un sueño o un recuerdo inducido por alguien, nos enfrentamos a la frustración del no cumplimiento de esos “proyectos” que nos habíamos trazado. No es menos cierto que, ya creciditos, se supone que estamos acostumbrados a gestionar dichas frustraciones y a poder identificar todos los factores que nos han hecho acabar en un puerto para el que, posiblemente, no estábamos preparados por inesperado. Pero esto no es más que la vida, la realidad y “con estos bueyes hay que arar” dicen por tierras vascas.  A pesar de todo… es hermosa por lo inesperada, lo variada, compleja y sobretodo por cómo está regada, a lo largo del camino, de buenos momentos que nos mantienen con fuerzas.

Pero volviendo, como no! A ese pensamiento melancólico del inicio de mi texto, no pretendo quejarme, ni siquiera decir que mi vida es mala o nada parecido; sería un desagradecido a la vida por todo lo que me ha dado o por lo menos a todas las oportunidades que me a dado para que, a pesar de mi torpeza, haya podido aprovechar las suficientes como para poder estar razonablemente contento. Tengo un trabajo que resulta un reto constante y que me enfrenta a decisiones y reflexiones a diario, un trabajo que me mantiene vivo. Tengo una familia adorable con unos hijos que crecen sanos por dentro y por fuera. Tengo amigos entrañables, aunque los veo menos de lo que quisiera. Pero con todo esto… ¿qué me falta?

Posiblemente el llenar la “sensibilidad” artística que tenía de joven, tener tiempo para esas largas charlas incongruentes con mis amigos sobre temas profundos, el disfrutar de una buena opera, de un buen concierto,… no se, posiblemente lo mío sean quejas de un niño caprichoso, pero echo de menos la intrascendencia de la irresponsabilidad de la juventud, la frescura de charlas inocentes con las que pretendíamos cambiar el mundo, … esas ansias de libertad fruto del desconocimiento del impacto restrictivo de la sociedad en la que vivimos…

Os dejo, es más, os invito a que os quejéis del tostón de post que os he puesto, pero todo esto me lleva a una conclusión, a parte que soy un plomo como escritor; dicha conclusión no es otra que me hago mayor. Estoy a las puertas de los cincuenta y no me siento viejo, pero si noto que ya tengo “un recorrido”, unos “kilómetros” u “horas de vuelo”. Un “historial” que me hace ver la vida, sus consecuencias y sobretodo entender cómo va esto de la vida. Podríamos decir que es una faena no enterarse antes… pero los que somos lentos… eso es lo que pasa, nos cuesta un poco. Pero si es cierto que donde estoy y lo que soy es fruto del camino que he recorrido: gracias a mis errores, mis aciertos, los de mis padres, amigos y maestros. Gracias a esa persona con la que mantuve una conversación intrascendente en un vuelo que me hizo ir a tal sitio o tal otro.

Lo bonito de la vida, como de todo lo demás, no es el fin. Lo bonito es el camino y me atrevo a decir que, mas que el camino, esas paradas en esos pequeños montes del camino que nos dejan ver la senda pisada y tomar decisiones por el sendero por que seguir. Por eso, paciente lector, te invito a que disfrutes de todo lo que la vida te pone al alcance de tu persona: desde una conversación, hasta un paisaje, pasando por ese vaso de agua fresca cuando tienes sed, o esa mirada robada de alguien que te llamó la atención desde el vagón que se cruzó con el tuyo. Esa capacidad de disfrutar te va a permitir rellenar las “estanterías” de tus recuerdos de cosas positivas y agradables y no te olvides que, cuando sueñas, cuando recuerdas y hasta cuando te haces mayor, tendrás que tirar de esos recuerdos que decorarán tu rostro con una sonrisa y darán el brillo de la vida a tus ojos.


Por todo esto “tenho saudade” como dicen los brasileños. Esta expresión que es complicada de definir, viene a ser una mezcla de tristeza de ya no tener, con la alegría del recuerdo. Yo estoy así, con tristeza de haber tomado conciencia (que ya era hora) de la inocencia perdida y con la alegría de haberla tenido algún día y ser consciente de ello.

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