PERSONAS: ORIGEN Y FIN



A lo largo de mi carrera he visto y visitado cientos de empresas de todo tamaño, naturaleza y actividad. Las he visitado por todo el mundo y poco importa su localización o sector de actividad, todas tienen una cosa en común: las personas.

No es lo mismo visitar un matadero y sala de despiece en Túnez, que una siderúrgica en Brasil, ni siquiera un astillero en Francia. Es cierto que el componente cultural influye y afecta mucho, pero lo que hace que una organización pase de ser mediocre a ser un engranaje perfecto generador de valor, motivación y talento son las personas. Personas que gestionan tecnologías, investigaciones, mercados, productos, flujos monetarios y… personas.

Las personas, siempre, están ahí. Las personas son capaces de crear y marcar las diferencias. Pero no olvidemos que dentro del catalogo de individuos hay, como en botica, de todo: desde lo mejor a lo peor. Si, las personas hacen grandes las empresas, son capaces de tumbarlas y hundirlas en la mayor de las miserias. Los valores que tenemos, los contagiamos a nuestras empresas. No podemos aislar la actividad empresarial del resto de nuestras actividades.

En fechas tan tristes como las que vivimos, en donde vemos que la mediocridad y vehemencia de líderes políticos, tenemos que reflexionar en profundidad sobre la proyección de los valores personales en nuestra actividad profesional. Cualquiera con dos dedos de frente tendría problemas a la hora de imaginar a un directivo creando problemas entre sus clientes de forma reiterada y continuada. Nadie puede imaginar a un vendedor rebajando el valor de sus productos y empujando al cliente a los brazos de la competencia.

Pues eso están haciendo nuestros políticos: eludir sus responsabilidades, olvidar a quien han de servir y sobretodo pensar en objetivos mas elevados y a largo plazo; contribuir a la construcción de un futuro sólido y competitivo. De esa forma, los dirigentes empresariales guardan dinero para invertir en nuevas tecnologías, visitan ferias y clientes para ver que necesidades y apuestas hay en el mercado, hablan con clientes y trabajadores para conformar un ecosistema que sea el motor de la construcción del futuro. Todo esto, porque tienen un elevado objetivo: la viabilidad de su empresa en un futuro del que se desconocen los productos y clientes aun. Pero como el empresario ha de ver el presente y tener un equipo que lo gestione de forma honesta, eficiente y rentable, trabajar para preparar su organización para el futuro cercano y configurar el futuro lejano con innovaciones disruptivas, necesidades desconocidas y clientes carentes, de momento, de identidad.

Lo cierto es que para ser empresario, al igual que para ser político, hay que ser un hombre de acción, valiente, honesto y sobretodo soñador. Hay que soñar con un futuro que creamos desde el presente. Entendiendo que el futuro es la consecuencia de la secuencia de acciones presentes; las secuelas de nuestros actos son aquellas que crean el futuro. Por ello, tanto en las empresas como en la política, necesitamos la pasión de quien cree en lo que hace y porqué lo hace, la vehemencia del que, preso de la locura fruto del amor mas puro por sus metas, es capaz inspirar a cuantos le rodean de la fuerza necesaria para superar sus propias barreras en búsqueda de su objetivo; objetivo que, en aras a superarnos día a día, ha de ir desplazándose a metas más altas, ambiciosas y enriquecedoras para todos.


Poco importa que tus venturas sean políticas, personales, religiosas o empresariales, lo que importa es que capacidad tienes de hacer tu aportación para cambiar el mundo: siendo agente de cambio o bien siendo parte del cambio. Lo importante es participar de forma consciente y activa compartiendo con quienes te rodean con lo mejor de tus valores. Trabaja y cultiva tus valores desde el respeto y contagia a tu entorno con ellos. Siembra, desde la positividad, y nadie te quitará la satisfacción de hacer lo que debes y en lo que crees.

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