EXPERIENCIA Y FUTURO


Cumplir años es maravilloso; para empezar significa que estamos vivos, pero otra cosa bien distinta es “vivir”.

Con el paso de los años te das cuenta, a veces no demasiado tarde, que vida, tal y como la entendemos, tenemos una y no hay segundas oportunidades o tomas falsas. Lo que no se vive en su momento… ya no se repite. El otro día, dando un paseo, hice el ejercicio de tomar conciencia que ese paseo, esas caras con las que me cruzaba, esa luz de la mañana, … esas sensaciones no iban a repetirse. Puede que haya miles de paseos más, pero serán otros. Cada minuto es irrepetible e incomparable ya que ni uno mismo, ni el entorno serán los mismos.

Volviendo a mi paseo, estuve pensando en lo que supone para mí la experiencia y la madurez de vida en la que me encuentro. La vida, como casi todo, son fases, etapas, temporadas,… y cada una tiene retos y oportunidades para crecer, mejorar, aprender y disfrutar. Nuestra capacidad de gestionar, con nuestros recursos personales, cada momento es lo que nos permitirá ser felices y hacer felices a los que nos rodean. La experiencia es una parte importante de esos recursos aunque no la única, pero si va a modelar, influir y desarrollar al resto de los recursos.

La experiencia es ese conjunto de registros que nos va permitiendo aprender y en situaciones futuras estar mejor preparados para gestionarlas y enfrentarnos a ellas. Al igual que en la inteligencia artificial el “big data” alimenta al “sistema” para anticiparse a las situaciones y corregir decisiones pasadas, nuestra experiencia va mejorando nuestras capacidades, optimizándolas en aras a mejorar nuestra “eficiencia”. De la misma forma que un niño aprende que el fuego quema, nuestro cerebro va aprendiendo de cuanto nos sucede.

Pero al igual que cada sistema informático está configurado con una serie de criterios, nuestra mente tiene una configuración personal, individual e intransferible que nos confiere ese carácter de “singularidad”. Eso es lo que hace que, ante una misma situación, dos personas pueden reaccionar de forma completamente distinta. Pero ello no es solo debido a “los registros” de sus vidas en sus mentes, es debido también a la “singularidad” a la que hago mención.

Posiblemente eso es lo más maravilloso de la personas, ese concepto de singularidad, de interacciones individuales y personales, en donde el valor de cada relación es único e irrepetible. Posiblemente por ello, soy tan crítico con la insistencia en clasificarnos en grupos, tratarnos como colectivos y empujarnos a “pensamientos únicos”, “conciencias de clase” o ideas colectivas que pierden el foco en el individuo. 

Esto es, sin duda, uno de los factores que me reafirman cada día en mi “liberalismo”. Protejamos el derecho a la acción e iniciativas de los individuos, defendamos las libertades basadas en valores enseñados desde la cuna. Valores vividos desde la familia, trabajados en la educación y valorados y respetados en sociedad. No podemos seguir “aborregando” y “adoctrinando” a nuestros jóvenes porque con ello les abocaremos a perder su valor como individuos y ciudadanos de bien, que puedan disfrutar de la vida y no dejar de aprender con sus experiencias, enriqueciéndose en la diversidad y enseñándonos que “siempre hay un hueco para mejorar” como persona y como sociedad.

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