LA OBJETIVIDAD


 La objetividad es un ángulo de análisis tan necesario como difícil de alcanzar. A no ser que realmente seamos ajenos a la situación que pretendemos observar, es harto difícil abstraernos de la influencia de la “contaminación” de “informaciones procesadas” que residen en nuestros cerebros.

 Aunque pretendamos preservar la calidad de la información que retengamos, en el mejor de los casos de forma inconsciente, nuestro subconsciente nos traiciona reteniendo “retales” de toda esa información que pasa frente a nuestros ojos o se desliza en nuestros oídos. Por ello, en el fondo, nuestro cerebro, cual tertuliano de cualquier medio, tiene “trocitos” de “información procesada” por otros a partir de datos cuya fiabilidad desconocemos.

Pero volvamos a la situación ideal… Somos ajenos y no conscientes de tener esos “retales de información procesada” en nuestros cerebros y nos aprestamos a opinar o tomar una decisión “objetiva” y lo primero que hacemos es consultar los datos disponibles, su fiabilidad, vemos las alternativas que se plantean y las consecuencias de cada una y finalmente tomamos una decisión. Decisión que a unos gustará y a otros no, que a unos fastidiará y a otros favorecerá. Hemos hecho un “juicio” de la situación y dictado una “sentencia” que puede o no ser vinculante o de obligado cumplimiento, pero que tiene, de una u otra forma, consecuencia para terceros.

Consecuencia directa si son partes afectadas, bien sea de forma positiva o negativa, pero no solo en base a los efectos de la decisión, pero en base a nuestra actuación y tendrá una consecuencia en su opinión o percepción de nosotros por parte de esos terceros. Ellos, a su vez, construyen un juicio sobre nosotros en base a nuestra, presunta, objetividad. Y esto, en el fondo, se convierte en una cadena infinita que, en muchos casos, se ve entrelazada y que termina afectando a la objetividad, en base a esos sedimentos de “contaminación invisible de nuestro cerebro” que se manifiesta en forma de “prejuicios invisibles”.

Esos prejuicios que hacen que, sin saber por qué, ese agente de movilidad gordito nos cae simpático sin realmente serlo o esa camarera tan activa nos cae mal… Todo porque, en algún momento, se nos coló la idea que alguien tan activo quería imponer su criterio o que ese gordito era muy afable… ¿Cómo se nos colaron dichos “clichés”?  Un anuncio de la tele, una conversación en la radio, una charla de la abuela con sus amigas cuando teníamos diez años y merendábamos en su casa mientras echaba su partida a la canasta… Nuestro cerebro nunca deja de “grabar” y dichos “podcasts” serán convertidos en fotos fijas en el fondo de nuestro cerebro al que acudiremos para forjar nuestro criterio, nuestras opiniones, juicios y acciones.

Todo esto es, apreciado lector, para que la próxima vez que tengas que emitir una opinión o tomar una decisión que vaya a afectar a terceras personas, te tomes el tiempo necesario para poner en tela de juicio hasta tu propio criterio. Haz el ejercicio de desproveerlo, en la medida delo posible, de cualquier sesgo, de cualquier influencia que puedas identificar, no solo con el fin de ser “lo más justo” posible, sino para ir reconstruyendo tu propio juicio limpiándolo, paulatinamente, de cualquier “contaminación invisible de tu cerebro”.

Algunos somos muy escrupulosos a la hora de comer y no chupamos las cabezas de las gambas, ya que dicen que el mercurio de las aguas se almacena allí. Pero no somos tan cuidadosos con lo que nos metemos en nuestras mentes, obviando que, al igual que nuestro cuerpo se alimenta de lo que ingerimos, nuestra mente lo hace con lo que percibimos y que no siempre podemos controlar…

¿Eres capaz de ser realmente objetivo? ¿El sol sale o se pone?

Comentarios

Entradas populares