LA MUERTE


 Llevo mucho tiempo sin publicar, no sin escribir, pero no soy capaz de saber bien porqué. Pero hace pocos días, me pasó algo que no ha cambiado mi vida, pero si me ha hecho pensar y mucho sobre la muerte.

Como en muchos otros temas, cada cultura, cada región y/o país, abordan de forma muy distinta la muerte. La verdad es que, en general, nunca me he parado demasiado a pensar en ella y ello puede ser producto de la educación y formación recibida.

Es mi entorno, tendemos a evitar el tema, a esconderlo y, cuando a alguien le toca de cerca, nos comportamos como doctos en la materia. Creo que no solo pasa con este tema… Como no voy a ser distinto, tras haber tenido una pérdida muy cercana y al tener que pasar largas horas de desplazamiento, he pensado mucho en el tema y no solo en mi circunstancia.

Una de las ideas que me asaltó es que la muerte está sobrevalorada. Suena fuerte, pero me voy a explicar. Hace muchos años, mi abuelo materno me dijo que nadie se muere del todo mientras que alguien vivo le recuerde: el sigue vivo en mi mente y en la de otras muchas personas que le queríamos y amábamos. Desde la edad de los 6 años le vi muy poco ya que vivíamos a 12.000km en una época en la que cruzar el charco no era solo caro, sino que era una aventura… Las llamadas también eran caras y complicadas… Ni la ausencia física, ni la sonora han borrado su sonrisa o su voz de mi mente… Sigue intacto y pensar en él me arranca una sonrisa y una sensación de bienestar difícilmente descriptible.

Pero no me malinterpreten con mi valoración de la muerte; la muerte es el fin, por lo menos, en esta dimensión, en este mundo físico. Pero una persona es mucho más que un cuerpo. Y ahí me asaltó la frase de que “lo importante es cómo te hace sentir una persona” … Y pensé en mi abuelo. Su recuerdo me hace sentir bien, por lo tanto, su ausencia física es dolorosa, pero no es decisiva en mis sensaciones, en mis sentimientos y emociones. Por eso creo que hemos de entender la muerTe como una ausencia física, pero sin olvidar que, como mínimo, en nuestros recuerdos perdurarán las sensaciones, emociones y afectos.

Hoy, leyendo un post de mi admirado Miguel Alemany García, sobre la frase de “vida solo hay una”, de forma muy sabia nos apunta que muerte solo hay una, pero vidas, tantas como seamos capaces de generar. Hemos de ser capaces, muchas veces, de reinventarnos y reconvertirnos en aquello que queremos ser o, por lo menos en dejar de ser lo que no queremos ser. Unas veces de forma voluntaria y otras, de forma involuntaria. Lo cierto es que podemos llamar muerte al final de esa etapa y vida al inicio de la nueva…

Pero, tal y como os he comentado, he tenido muchas horas para pensar en estos días. Horas que me han servido para recuperar la conciencia de la importancia que tiene el disfrutar de la presencia física de aquellos que amas, admiras o aprecias, la importancia de hacer sentir bien al prójimo y de ayudar al entorno a sacar lo mejor de si mismo. Cuanto más lo hagamos más inmortales seremos. En mi caso, nunca dejaré de recordar y compartir enseñanzas de maestros que he tenido, frases de mi abuelo e incluso de mis padres…

La edad no nos torna más sabios, solo nos permite acumular mas vivencias que, si somos capaces de convertir en aprendizaje, se tornan en experiencia. Pero a su vez, nos permite ejercitar recursos y desarrollar herramientas para gestionar lo que la vida nos pone delante. Es jodido, cuando te haces mayor, ser impotente a la hora de transmitir a las generaciones futuras dichas “lecciones de vida”, pero es ley de vida, nosotros tampoco prestábamos atención cuando nos las contaban…

Quisiera pensar que el concepto que esto tiene un fin nos debería ayudar a disfrutar del presente, de lo que tenemos y a quienes tenemos a nuestro lado. Pero este efecto suele durar muy poco. No se por qué extraño motivo y a pesar de que creo que todos somos consientes de ello, nos dejamos arrastrar por la vorágine cotidiana y nos desviamos de lo realmente importante… La guerra entre lo urgente y lo importante…

Dicho todo esto… la muerte es una llamada de atención para reposicionar nuestras prioridades, para ser conscientes del concepto de temporalidad y sobre todo, para tomar la responsabilidad de “trabajar” correctamente lo que tenemos y a quienes tenemos, a la vez que hemos de tener la ilusión por construir para un mañana mejor. Valoremos lo que hay en el ahora, porque es lo que hay… Mañana, no sabemos y ayer, ya pasó. Vivamos intensamente, amemos intensamente, trabajemos con pasión y propósito, no vaya a ser que mañana nos toque hacer balance y no nos guste en que hemos empleado el recurso más valioso e incontrolable: el tiempo.

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