EL ARROJO DE LA IGNORANCIA


Aún iba al liceo cuando leí una frase que me marcó: “la felicidad es un estado de ignorancia”. Continuaba explicando que, afortunadamente, dicho estado, el de la felicidad, era pasajero; lo malo es que el ignorante profesional, aquel que no solo no sabe de su condición, no es capaz de apreciar el conocimiento, la experiencia y su desconocimiento le da una lectura muy errada de la realidad.

El conocimiento nos hace tomar consciencia de lo limitado del mismo. Es imposible abarcar todo el conocimiento de nada y más aún en momentos en los que la progresión del mismo es tan rápida. Igual que un navegante tiene que usar las estrellas para navegar, un docto, conoce lo suficiente para circular por una rama del ámbito que “domina” y lo hace con tremenda humildad, cautela, respeto y curiosidad. Esa humildad que le da la conciencia de lo limitado de su conocimiento, esa cautela que le permite buscar las respuestas, ese respeto ante la inmensidad de su “ciencia” y esa curiosidad que le permitirá seguir aprendiendo y expandiendo su “limitado” conocimiento.

Cuando las reglas de juego eran más sencillas, con sistemas del “ordeno y mando”, basados en una autoridad centrada únicamente en el “poder”, nadie osaba discutir el criterio del mismo ya que se entendía que las decisiones se basaban en eso, el poder. Si tenías suerte y quien tenía el poder tenía conocimientos, mas o menos salvabas los muebles. Pero en ese entorno, en el mundo empresarial,  el valor de las empresas estaba sustentado en medios productivos, productos y marcas, el peso de las personas era muy testimonial aunque siempre ha habido excepciones. Lo mismo pasaba en los gobiernos, sociedad en general y familias. 

Pero los tiempos han cambiado. Hoy en día las empresas mas valiosas no lo son por sus mega factorías, patentes o productos; es el tiempo de la tecnología, el conocimiento y las personas. Sin embargo es cierto que esto ha complicado y mucho el “arte de la gestión”. Cuando compras una máquina ya sabes de antemano su consumo energético, su capacidad de producción, su coste de mantenimiento,… pero cuando el grueso del valor añadido viene de las personas… se complica. Por una parte porque no hay dos iguales, por otra porque no hay dos que respondan a los mismos estímulos, que tengan una “producción” homogénea y lo mas complicado: la interacción entre individuos multiplica, de forma exponencial las posibles variables. 

A esto le tenemos que sumar el “contexto” que, a su vez, con un mundo tan globalizado e hiperconectado, vuelve a multiplicar las posibles reacciones, interacciones y retroalimentación del “circuito”. Esto supone que el contexto de nuestra empresa esta dentro del contexto de nuestra ciudad, país, sector,… Ahora bien, en una situación de “excepción” como la actual, todo esto vuelve a complicarse ya que los “caminos conocidos”, es decir el “conocimiento adquirido” puede que ya no exista y cuando se disipe la niebla no lo volvamos a encontrar. Por ello es tan importante tener navegantes que sigan sabiendo navegar con sextantes: en resumen, hemos de volver a las bases, pero con otras reglas y en otro contexto.

Siento complicar más la ecuación, pero a todo esto hay que sumarle una legión de “presuntos doctos” que saben leer una partitura, pero nunca han tocado el instrumento. Profesionales que no saben lo que significa en la música “interpretar”. Ese arte que supone leer una partitura, contextualizarla, reinventarla y que, junto con el resto de la orquesta, de el resultado buscado en armonía, tiempo y forma. Lo malo es que estas personas que nunca han necesitado interpretar, no son conscientes de lo que representa, de las horas de trabajo, ensayo y sacrificio que requieren esos veinte minutos de sublimación que transporta al espectador al maravilloso viaje de la obra.

En las empresas, los gobiernos y la sociedad en general, nos pasa lo mismo. Tenemos muchos “profesionales” con una formación teórica muy buena, que saben usar el GPS de maravilla, pero que no terminan de entender que la clave en estos días está en las personas. Desde el confinamiento he perdido la cuenta de los magníficos artículos, conferencias y webinarios a los que he asistido poniendo el enfoque en eso: las personas. La importancia de la actitud, la flexibilidad, el diálogo abierto, la participación, la confianza, el compromiso,… es indiscutible. Pero para ello hace falta un líder con la actitud del sabio: humilde, cauto, respetuoso y curioso.

Ese líder que no solo nos guie sobre esa tierra de caminos borrados, pero que nos permita dibujar nuevos caminos, descubrir nuevos lugares y lo más importante, crecer como personas y profesionales. De ahí podremos contribuir a una sociedad más madura, abierta y generosa. El bienestar no emana del estado, emana del individuo que es capaz de construirlo. El estado solo debe no limitar el desarrollo del individuo y facilitar su acceso al desarrollo personal que traccionará al colectivo. Esas personas con información, sin la actitud necesaria para convertirlas en conocimientos y que no son conscientes de cuanto necesitan al vecino, no hacen más que hacernos, como empresa, sociedad o país, más pequeños.

Siendo el conocimiento necesario, en estos días, tan vasto, su gestión tan compleja y necesitando, como necesitamos, resultados a corto sin minar el medio o construir el largo plazo, el concepto de complementar experiencias, generaciones, sensibilidades y conocimientos es más necesaria que nunca. Concluyo con una frase de hace poco “lo mas importante no es tener todas las respuestas, pero hacerse las preguntas adecuadas”. El arrojo del ignorante que, en soledad, se erige en “el salvador” es lo mas peligroso de estos días y aún más en momentos en donde cualquier ignorante tiene los medias, como un servidor, de transmitir su mensaje a miles de personas ávidas de soluciones inmediatas.  

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